Hace
unos días, el 3 de noviembre, tuvo lugar la maratón de Nueva York. En dos
semanas, comenzará la Copa Davis de tenis en Madrid. Y el verano que viene, en
Tokyo, se celebrarán los Juegos Olímpicos de 2020. Y más allá de los deportistas
de élite y sus apasionados seguidores, vivimos en un mundo en el que el deporte
forma parte de nuestro día a día, aunque quizá pocas personas son conscientes
de que nuestro cerebro se modifica con el entrenamiento. ¿Te gustaría descubrir
cómo? ¡Sigue leyendo, te sorprenderá!
Imagen de: ticbeat.com |
A la
hora de practicar un deporte, algunos movimientos físicos concretos que
realizamos vienen determinado por la técnica deportiva asociada a dicho
deporte. El estudio de las Ciencias del Deporte ha dejado a lo largo de los
años decenas de definiciones para este término, pero de todas ellas se podría
generalizar que se trata de “la secuencia de movimientos ideal a la que se
aspira para conseguir un objetivo dentro de una disciplina deportiva”. Es
decir, el movimiento perfecto para que se nos dé bien un deporte. Una mejor o
peor ejecución de la técnica nos llevará a ser más o menos exitosos.
Pero evidentemente ningún deportista, ni siquiera los más reconocidos (no, Messi tampoco) nacen dominando la técnica. El aprendizaje de la misma se basa en el desarrollo de un hábito motor, lo cual se consigue a través del entrenamiento, donde la repetición de una acción va a modificar a nivel estructural las conexiones del sistema nervioso. Se desarrollan “bucles neuronales” que almacenan la información a través de mecanismos propios de la memoria; y esta reorganización de los circuitos neuronales permite el procesamiento más eficiente de la información en relación a cada práctica deportiva. Cuanto mayor sea el entrenamiento de una acción física, mayor será la asociación que hace el cerebro de la misma con la “supervivencia”, y por tanto mayor será la fijación de la ruta neuronal relacionada. Es como si al entrenar le dijeras al cerebro que lo que estás haciendo es muy importante, y que tienes que hacerlo lo mejor posible. Además, cuando un deportista tiene una mayor claridad respecto al movimiento que realiza, adquiere también una mayor facilidad para adaptarse a problemas motores inesperados (por ejemplo, un portero podrá reaccionar mejor cuando un balón cambia de forma inesperada su trayectoria al tocar en un defensa).
El
aprendizaje y adquisición de la técnica deportiva es un proceso progresivo.
Antes de nada, una concienciación previa del movimiento que tienes que realizar
prepara al cerebro para la ejecución del mismo. A continuación, durante los
primeros intentos, el resultado será poco preciso, poco eficiente y
descoordinado, exigiendo un esfuerzo excesivo. Esto se debe a que aún no se han
estabilizado las reacciones físico-qu
ímicas. Una
coordinación más fina del movimiento tendrá lugar cuando se consoliden y
optimicen las nuevas conexiones en el sistema nervioso. Y esto solo se consigue
practicando una y otra vez. Llegará un punto en el que el movimiento esté
prácticamente automatizado, ya que nuevas neuronas almacenan la memoria del
comportamiento motor, sobretodo en el cerebelo… Esta región, a diferencia del
lóbulo frontal, es capaz de ejecutar actividades motoras complejas a altas
velocidades, de una forma que pasa a ser inconsciente. Y esto es lo que marca
la diferencia, conseguir movimientos rápidos de reacción automatizados.
Un
ejemplo muy visual de esto lo encontramos en el baloncesto. Calcular las
distancias al aro nos será muy difícil si nunca hemos jugado, y es más que
probable que fracasemos y hagamos más de un “air-ball”. Sin embargo,
si entrenamos mucho llegará un punto en el que lo hagamos casi automáticamente,
aún incluso bajo la presión de tus rivales. O, si lo prefieres, en tenis. Al
principio no somos capaces de posicionar nuestras piernas de la mejor forma
para conectar un buen raquetazo, pero con la práctica lo acabaremos haciendo de
forma inconsciente.
Sin
embargo, ¿cuántas veces no hemos oído decir que alguien ha nacido para algún
deporte? Bueno, esto puede tener algo de cierto y es que, lógicamente, la
genética influye en las características físicas. Es decir, el factor
hereditario es clave para el rendimiento deportivo, y muchas veces desequilibra
la balanza. En general, genes relacionados con la masa muscular, las
capacidades cardiorrespiratorias y los parámetros antropométricos pueden ser
determinantes para el rendimiento deportivo. Diversos estudios han demostrado
que en deportistas que destacan en velocidad aparece con más frecuencia el gen
de la alfa-actinina 3 (ACTN3), que influye en la estructura muscular. Otro
ejemplo, que en este caso influye en deportes de resistencia, sería el del gen
de la enzima conversora de la angiotensina (ECA), fundamental en proceso
metabólicos (variaciones del flujo sanguíneo y balance de electrolitos).
Pero
una buena genética para el deporte no lo es todo. El fenotipo (las
características físicas) no solo es fruto del genotipo (los genes), sino también
de la interacción de este con el medio, por lo que una buena predisposición
genética para alguna actividad física no garantiza nada. El desarrollo de
algunos parámetros de nuestro físico depende de muchos factores, y para
alcanzar el potencial que marca nuestra genética tenemos que acompañarla de una
buena alimentación, entrenamiento, vida saludable, etcétera.
Imagen de: Ehlenz, Grosser y Zimmermann, 1990
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Además de todo esto, en el deporte es clave la mentalidad. Un atleta necesita cambios en su excitabilidad para el rendimiento deportivo, la llamada modulación emocional: ser capaz de alcanzar una gran motivación, pero también de mantener la calma y superar el miedo al error en determinados momentos. Para más información, recomendamos el siguiente vídeo:
Referencias bibliográficas:
- Dr. Gustavo Ramón Suárez. Universidad de Antioquia (2013). Aprendizaje motor, precisión y toma de decisiones en el deporte.
- Impacto de la ciencia y la tecnología en el deporte www.blancadecastilla.es
- Javier Misa. Genética deportiva. www.mundoentrenamiento.com
- Félix Gómez Gallego, PhD. Facultad de Ciencias de la Salud. UNIR. Genética en el deporte: el gen de la velocidad y los genes de la función cardiorrespiratoria.
- Publicado el 7 de octubre de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.38 : «Cerebro olímpico: aspectos neurobiológicos del deporte».
Por supuesto, en el deporte como en otras actividades humanas (arte, medicina, investigación, politica) se nace con ciertas habilidades pero sólo el aprendizaje/ entrenamiento permite alcanzar altos resultados
ResponderEliminarExacto, el entrenamiento es fundamental para conseguir desarrollar las habilidades motoras. La clave es tratar de automatizar en la medida de lo posible los movimientos. Pero más allá de las actividades físicas, en muchos otros aspectos con la práctica aprendemos de los errores y mejoramos nuestro desempeño.
EliminarGracias por la aportación!
¡Buena información! Os animo a seguir con este interesante blog
ResponderEliminar¡Muchas gracias por el apoyo!
EliminarMuy buen artículo e interesante.Os felicito por investigar y compartir vuestros logros, a se,explicando la ciencia de forma tan amena.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Nos animan mucho este tipo de comentarios :)
EliminarMuy interesante. ¿Se puede aplicar a otras actividades que no sean deportivas?
ResponderEliminarClaro, el desarrollo de hábitos motores puede aplicarse a todas aquellas actividades que requieran una práctica sistemática para conseguir la automatización. Por ejemplo para tocar el piano o escribir en el móvil. Al principio necesitarás pensarlo conscientemente, pero con la práctica lo acabarás haciendo de forma casi automática.
EliminarGracias por el interés!